“Coloqué el revólver entre mis labios. Mis labios estaban secos, y aún así querían prenderse del acero frío. Disparé. Mis sesos se dispersaron, adhiriéndose a las paredes. Caí inerte, tras ingenuas convulsiones. Creí abandonarme a mí mismo (...)”
Fragmento de el cuento El Pie, de Andrés Marote
A partir de aquí, prefiero permitir que sea mi cuerpo quien hable...
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